No voy a mentir, la primera impresión que tuve de Melbourne no fue la mejor. Acostumbrada a Sydney -ordenada, prolija, tranquila y limpia- me encontré con una ciudad que no entendía, que no me gustaba, que no me hallaba. Si hay algo que teníamos claro de Australia, es que es un país primermundista y moderno. Y acá nos venimos a encontrar con algo totalmente distinto, con más aire europeo que otra cosa. Mucha basura, más caos, más ruidos y muchos tranvías atravesando por todas las calles. Una ciudad más chica pero con más gente. Caminábamos y caminábamos, pero terminamos en las mismas calles, tomándonos tranvías para el lado equivocado, perdidas y sin nadie que quiera frenar a orientarnos. No, definitivamente no entendía esta ciudad, ni cómo la llamaban “la mejor ciudad del mundo para vivir”.
Decidimos hacer un free walking tour de la ciudad, darle una chance y agarrarle la mano. Mientras el guía nos explicaba qué es cada cosa, me fui adentrando en la historia y la cultura, enamorándome de a poco. Empecé a ver cómo al lado de un edificio moderno y altísimo habían conservado antiguas edificaciones y así empecé también, a ver una ciudad que integra modernidad con historia en todas sus formas.
Melbourne es bohemia y liberal. Vimos más gente tomando cerveza que café. Vimos más gente paseando tranquilos que corriendo y ejercitándose en los parques. Es alocada y no es perfecta, pero te atrapa. La ciudad es un rectángulo perfecto -con calles paralelas y perpendiculares al río Yarra- pero lo increíble de la ciudad no es lo estructuradas que son sus calles, sino lo desestructurados y originales que son sus callejones.
Melbourne brilla. Las calles se muestran vivas y el street art acompaña esta sensación. Los músicos también -inclusive para tocar en las calles principales tienen que audicionar y conseguir un permiso- y es gracias a ello que lo que escuchamos mientras recorríamos las calles nos llamó para quedarnos escuchándolos en más de una ocasión. Entender los callejones y no entenderlos también tiene su magia. Porque son todos distintos. Porque Melbourne tiene la gracia de que a través de callejones podes evitar las grandes calles, sin dejar de sorprenderte por lo que ves. Algunos callejones -como Royal Arcade o Block Arcade, que más que callejones son shoppings con una fachada antigua y muy bien conservada, pisos y techos conservados de 1870- te invitan a conocer locales de alta gama e inclusive hacer filas de horas por una rebanada de pastel.
Otros -como Central Place o Degraves Street– ocupan todo espacio disponible para mesas y sillas y todos los locales de los callejones son restaurantes, bares y cafés.
Royal Botanic Gardens. Un parque que está tan cerca de la ciudad pero que nos transportó lejos, muy lejos. Vegetación de casi 200 años, que con su altura y su cantidad, tapan todo ruido de ciudad y nos permitió sumergirnos en él por completo. Perdimos la noción del tiempo y del lugar mientras caminábamos sin destino, decidiendo nuestro propio camino. Casi como en la ciudad, pero en un ambiente totalmente distinto y lleno de naturaleza viva.
Tranvías, autos y bicicletas. Hay los trams. Porque era algo que no me esperaba encontrar. Y menos que sean gratis. Sí, los tranvías -en el centro de la ciudad- son gratis. Y viajar en ellos era algo que para los Aussies es tan común pero que para nosotras, una vez que le agarramos la mano -porque entender para qué lado van es todo un logro- era más que un medio de transporte. Era una manera distinta de conocer la ciudad, porque para mi, conocer cada ciudad se logra caminándola, mirándo, viajando e intentando actuar como un local.
Fitzroy: el barrio más hipster que conocí. Las dos veces que fuimos vimos cosas distintas. La primera vez, decidimos ir a cenar a Naked for Satan, un bar con rooftop que el mismo guía nos recomendó conocer. Lo primero que nos enteramos, además de que era el aniversario del lugar, es que trabajan con una dinámica de trust policy. Elegías la cantidad de pinxtos que querías, te los servís en tu plato y cuando terminás de comer le entregas al cajero la cantidad de escarbadientes que usaste, no te controlan nada (y no, nadie entrega menos palitos de los que comió, son honestos y esperan que vos también lo seas). Increíblemente (o no, no nos olvidemos que es un país del primer mundo) funcionaba. Cuando salimos para tomarnos el tranvía en la calle principal, parecía muerta. Esperamos sentadas en un banco de madera, y vimos un cartel de neón titilando como en las escenas de las películas de terror, ninguna persona en la calle, y aún así no teníamos miedo. Unos minutos antes de que llegara el tranvía, aparecieron personas de diferentes puntos y subieron con nosotras. Claro, ellos que saben que el transporte llega a horario, aprovecharon y esperaron en otro lugar.
La segunda vez que fuimos al barrio era de día y fuimos con la idea de mirar los locales de diseño con precios de locos. Entramos a todas las tiendas de ropa para ver el estilo de los diseños y no encontramos dos prendas similares. En Australia, sobre todo en Melbourne, no hay moda. Cada uno viste lo que quiere y no tienen problema con llevar su propio estilo. Me encantó eso. Cada persona es auténtica y original. Y los locales de Fitzroy mostraban exactamente eso. Al igual que las paredes con graffitis, donde no encontramos dos iguales.
Melbourne, qué distinta que sos, qué original, qué loca linda y qué lindo haber podido conocerte mejor.
Y, sí te quedaste con ganas, acá te dejo 10 cosas para hacer en Melbourne
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